A mes y medio de su estreno mundial, los ríos de tinta que se han vertido sobre Joker(Todd Phillips, 2019), casi no tienen paralelismos en tiempos recientes. Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, hay un aspecto no muy tratado: el comentario que este film hace sobre la ficción y la comedia en el actual contexto sociocultural, marcado por la tendencia de la opinión pública hacia la extrema corrección política y la evitación de contenidos ambiguos, amorales o problemáticos.
Si hay un país en el mundo que puede jactarse de sus aportes al rock, ese es sin duda el Reino Unido. Muchas de las bandas y movimientos más emblemáticos en la historia del género se han originado en las islas británicas. A pesar de su origen estadounidense, en Gran Bretaña el rock encontró niveles de expresión, refinamiento y trasgresión que en muchas ocasiones dictaban cátedra para sus colegas del otro lado del charco.
Al pensar en una banda de culto, un nombre que viene a la mente sin demasiado esfuerzo es el de Pixies. Pero, ¿Qué hace que una banda sea de culto? La respuesta a esta pregunta podemos encontrarla si examinamos la historia de este grupo de Boston: conocieron el éxito moderado a finales de los ochenta, llegando a sacar 4 discos y varios singles que se movieron relativamente bien dentro del incipiente circuito alternativo.
La historia del punk y de los Sex Pistolses una historia de profunda contradicción. Surgidos como respuesta a un sistema opresor y alienante, las furiosas melodías y el estruendo de la distorsión se mostraron en un inicio como una música auténtica, una alternativa a lo viejo, a todo lo que en ese momento transitaba hacia la muerte por el camino de la decadencia. Sin embargo, al detectar su potencial para arrastrar a las masas (es decir, su comercialidad), el sistema contra el cual se levantó terminó por absorberlo. Con saldos trágicos, a veces, pero siempre dignos de contar.
Han sido muy pocos los músicos de rock a los que se les pueda aplicar la etiqueta de artista, en el sentido estricto de la palabra: alguien cuyo arte va más allá de su trabajo, que hace de su vida una auténtica parte de su obra, que se mantiene siempre un paso adelante con respecto a las tendencias, a los movimientos aparentemente impredecibles del gusto masivo y a los vaivenes propios de la industria. Muy pocos, sí. Pero ninguno como David Bowie.
En el paso entre los ochenta y los noventa se origina en Noruega una oleada del metal que, no solo por la música, pasaría a la historia como una de las más extremas. La infame primera oleada del black metal noruego, con la banda Mayhem a la cabeza, se vería involucrada en una serie de sucesos violentos que la pondrían en las primeras planas a nivel mundial, generando polémica y auténticas manifestaciones globales de paranoia satanista.
Van Gogh, Rimbaud, Beethoven… la noción del genio incomprendido está tan establecida en la cultura popular que, para mucha gente, la misma es indisociable de la idea del artista. Este concepto romántico establece que el creador debe ser un individuo atormentado, alejado de la sociedad, víctima de algún tipo de enajenación mental, aficionado a los estados alterados de conciencia, con una obra autorreferencial que habla de la Humanidad como un todo mientras se mira ensimismada el ombligo.
Dicen que nuestra capacidad de contar historias proviene del fuego. Mucho antes de la invención de la escritura, los primeros hombres se reunían en torno a una fogata y rememoraban lo ocurrido durante el día, historias de sus ancestros o mitos creacionales.
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